Vino, cerveza, pan, yogur... Todos estos alimentos comparten una peculiar característica y es la forma en la cual fueron elaborados. La fermentación es una técnica milenaria (se sabe que algunos de estos alimentos se llevan preparando más de 10.000 años) mediante el cual moléculas complejas se degradan y transforman en otras más simples y al mismo tiempo se produce energía, es decir, es la transformación que sufren los alimentos por la acción de las bacterias y las levaduras.

En los últimos años, ha aumentado la popularidad de estos productos, ya que hemos visto como se han añadido otros alimentos fermentados más exóticos como el kéfir, el tempeh, el chucrut, el miso o el té kombucha. Este último, cuyos beneficios han conquistado a medio mundo, ha vuelto a desatar la fiebre por los alimentos fermentados.

Los alimentos fermentados favorecen la digestión y aumentan la absorción de nutrientes. Además de ayudarnos a poblar nuestros intestinos de microorganismos saludables, los fermentados contribuyen a mejorar las digestiones debido a que estos alimentos han sido parcialmente pre digeridos por bacterias o levaduras, por ello son más digeribles.