El pasado 7 de agosto se celebró el Día Internacional de la Cerveza, una de las bebidas más consumidas en España (más de 50 litros / persona al año) y de la que aún no conocemos toda su historia.

La primera cerveza del mundo se elaboró en China allá por el año 7.000 a. C., aunque el proceso de elaboración se remonta hace más de 5.000 años en la antigua Mesopotamia, siendo las mujeres las que mezclaban cereales, agua y especias que dejaban fermentar.

Siglos después, en Egipto se registraba una de las recetas más antiguas y conocidas del mundo: la cerveza, una bebida que tuvo un lugar muy importante en la vida diaria de la sociedad de aquella época y muy presente en los rituales religiosos que se celebraban.

Luego la cerveza viajó hasta Grecia y Roma, pero no pudo con el imperio del vino que reinaba en aquellas zonas. Así, que cuando por fin llegó durante la Edad Media a Europa, se convirtió en la bebida reina que hoy todo el mundo conoce y reconoce gracias a la adición del lúpulo.

La producción de la cerveza era regulada bajo las directrices de monjes cristianos en Alemania. Según esas normas, sólo se podía hace cerveza mezclando agua, lúpulo, cebada y levadura.

Ya en el siglo XIX, nuevos imperios comerciales en torno al mundo de la cerveza empezaban a surgir, tanto en Europa como en Estados Unidos. Gracias a la innovación tecnológica conseguían obtener un mayor volumen de producción de cerveza y el consecuente incremento en sus ventas.

Con la llegada de la década de los 70 y 80, el panorama de la cerveza se ve alterado por la llegada de la “cerveza artesana”, que se fabricaba de forma artesanal en países como Alemania, Bélgica, República Checa, Inglaterra y Estados Unidos.

En conclusión, podríamos decir que el movimiento de la cerveza, tanto desde sus orígenes chinos y mesopotámicos hasta la más reciente actualidad, sigue teniendo y tendrá un lugar muy relevante en nuestra sociedad y cultura gastronómica.